1. El pelo y las uñas siguen creciendo después de la muerte
La mejor manera de entender la falsedad de este mito es pensar en un jamón: a medida que se va secando, queda más a la vista el hueso. De igual forma, cuando morimos, la piel que hay alrededor del pelo y las uñas se deshidrata y cede, dando la sensación de que el pelo y las uñas han crecido.
Podéis leer más curiosidades sobre el pelo en El pelo humano en cifras y sobre la uñas en Las uñas y sus famosas manchitas blancas.
2. Los hombres piensan en sexo cada 10 segundos
Seguramente el mundo se colapsaría. Según un estudio del Instituto Kinsey, solo un 54 % de los hombres piensan en sexo como mínimo una vez al día, y alrededor de un 4 % piensan en sexo solo una vez al mes. Algunos estudios revelan que los hombres que más piensan en sexo lo hacen unas 10 veces al día (es decir, piensan en sexo menos veces que el comer y dormir).
3. Solo usamos un 10 % del cerebro
Basta con acudir al simple razonamiento evolutivo para descubrir que tal mito no tiene ningún sentido: atendiendo a los enormes recursos que consume un cerebro humano, ¿cómo es posible que la selección natural haya permitido que los seres humanos vayan por ahí con un órgano tan grande y tan esencialmente inútil?
De hecho, lo lógico es que usemos todo el cerebro. Hasta la última neurona.
Lo que sí que es cierto es que nunca usamos todas nuestras neuronas a la vez. Claro, dirán algunos, eso es lo que ocurre: como no las usamos a la vez, no podemos, por ejemplo, desarrollar poderes telepáticos. Pues tampoco. La actividad simultánea de todas las neuronas nos arrojaría al suelo víctimas de convulsiones como las de un ataque epiléptico.
Podéis leer más en profundidad cómo se refuta este mito en la serie de artículos ¿El ser humano sólo utiliza el 10 % de su capacidad mental? (I), (II), (y III).
4. El efecto Coriolis determina la dirección en la que el agua desaparece por el sumidero
El efecto Coriolis desempeña un papel primordial en el hecho de que depresiones atmosféricas y huracanes giren en sentido contrario a las agujas del reloj a medida que suben desde el Ecuador. El problema es que es muy débil, y la aceleración resultante sólo produce efecto significativo dentro de escalas temporales a largo plazo. En el caso del agua que se traga el desagüe, el efecto Coriolis produce una aceleración diez millones de veces inferior a la de la gravedad, y, en consecuencia, sus efectos se ven eclipsados fácilmente, por otros factores que sí pueden cambiar la orientación del agua. Por ejemplo: mediante una leve inclinación de la bañera.
Otro motivo podría ser las acanaladuras (el agua baja pegada a las paredes, no por el centro), que bajan en espiral en el sentido de las agujas del reloj, y en otros al revés, según el país.
Al margen de esto, en 1961, la revista Nature publicó que el doctor Ascher Shapiro, al norte del Ecuador, había detectado el efecto Coriolis en experimentos que demostraron que el agua corrió en sentido antihorario al salir de un tanque de dos metros de ancho. En 1965, un equipo de la Universidad de Sidney dirigido por Lloyd Trefethen repitió el experimento al sur del Ecuador y halló que, en efecto, el agua salía girando en el sentido contrario.
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